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Quizá porque estos días en los diferentes medios de comunicación nos bombardean con el gran avance científico de la humanidad en la física cuántica.
Quizá porque se acaba de estrenar un film sobre el último revolucionario del siglo pasado.
Quizá porque hace ya tiempo que leo en los periódicos artículos de sesudos e inteligentes personajes que nos ilustran de la importancia de las marcas para las empresas, de la productividad de los trabajadores, del motivo del descalabro de la economía mundial, de la crisis energética que se avecina, del ladrillo, de la financiación de las administraciones.
Quizás por todo ello y porque en esta civilización que nos ha tocado vivir, llena de contradicciones y contrastes, escribo esta entrada en la bitácora para intentar explicar que usted tiene todo el poder.
Según informaciones que circulan en la red (basta teclear en cualquier buscador «gasto en publicidad») las empresas invertirán cada vez más en publicidad en este medio. Es barato y llega a millones de potenciales consumidores por lo que el grado de penetración del mensaje es más eficiente. Además, siguiendo la ley de Metcalfe, que dice que el valor de una red es directamente proporcional al cuadrado número de usuarios, este canal acabará siendo la piedra de toque de todo el sistema publicitario mundial.
Pero, ¿por qué una empresa necesita gastar dinero en publicidad, en consolidar su imagen de marca?; ¿cual es su motivación?. Sencillamente porque sin nosotros, los consumidores, ellos dejarían de existir y, como reza una de las reglas del llamado “Management Empresarial”: el beneficio de una empresa está fuera de ella y no dentro.
Por lo tanto, usted tiene el poder para decidir qué compra y qué empresa subsiste o desaparece. Usted es el rey. Y las empresas, conscientes de este detalle, se ponen en guardia para proporcionarse su sustento y nos bombardean con mensajes publicitarios.
Pero no se relaje sentado en su trono viéndolas venir y escogiendo; usted es el rey, pero un rey de trapo, a merced de las más sofisticadas técnicas psicológicas para que se sienta culpable por no comprarle tal producto a su hijo ya que éste no le querrá, para proporcionarle estatus social o rebeldía juvenil si compra ese modelo de vehículo o ropa, para diferenciarse de los demás si compra tal marca de bolso manufacturado a mano que llevan miles o millones de personas que ya se han diferenciado del resto y que por lo tanto el mensaje exclusivista deja de tener sentido.
En definitiva, las empresas apelan a su escala de valores morales y sociales, hincando ferozmente los dientes en los diferentes peldaños de la pirámide maslowiana para conseguir su atención, removerle un poco por dentro y de paso que se acuerde de ese producto cuando compre.
Si, usted tiene el poder, y por eso le intentarán manipular para que compre ése y no el otro.
Pero lo que ni gobiernos, ni confederaciones empresariales, ni instituciones hacen es educar en el consumo; y no me refiero a enseñar derechos de los consumidores que está muy bien saberlos, sino a educar en nuestra responsabilidad para ejercer ese poder que nos han conferido y exigir a las empresas recibir algo más que el burdo bombardeo de mensajes elaborados bajo la supervisión de psicólogos y demás expertos en el comportamiento humano.
Me refiero a hacer el ejercicio de analizar el mensaje sobre la supuesta necesidad que el anunciante dice que tenemos y que con su producto lo satisfaremos, a reflexionar si realmente es una necesidad.
Me refiero también a saber quién hay detrás de ese producto, qué tipo de empresa es, bajo qué condiciones laborales se ha fabricado, si ha sido respetuoso con el medio ambiente, que responsabilidad social tiene la empresa con su entorno, etc.
Porque a lo mejor esa prenda de vestir que usted lleva se ha fabricado en una maquila bajo unas condiciones laborales que rayan la esclavitud y usted no lo sepa; y quizá no le guste lo que encuentra si tira del ovillo.
La publicidad le tentará para que se deje llevar por la inmediatez y la pulsión placentera que supuestamente proporciona adquirir un producto. Un claro ejemplo de pulsión lo tenemos frecuentemente cuando las personas que vuelven de pasar el día en las rebajas lo primero que expresan es lo que se han ahorrado y no si realmente era necesario. La recompensa inmediata, muy imbricada en nuestra sociedad, es el peor enemigo de nosotros mismos. Las prisas son malas consejeras.
Otro sí relativo al reciente avance científico en física cuántica. No dudo en que esta iniciativa mundial para tratar de explicar nuestros orígenes cosmológicos sean loables; pero resulta contradictorio invertir tales ingentes de millones de euros en la punta de la pirámide de Maslow sin previamente haber resuelto otros peldaños más básicos para la humanidad, como el hambre en el mundo.
¿No sería justo que un porcentaje de los beneficios de las empresas que hacen transferencia tecnológica con este centro científico europeo, obteniendo nuevas patentes y valor añadido para poder vendernos cosas, a través de la publicidad, se destinara a paliar las necesidades más básicas en el mundo?.
No sé ustedes, pero si tengo que poner en un plato de la balanza un sobre donde explique (para profanos) el origen del universo y en el otro plato las miles de personas que mueren de hambre cada día yo lo tengo claro. ¿Y usted?.
Se preguntará, ¿qué poder tengo yo en todo esto?. Usted, a través de nuestros gobiernos y sus representantes en las instituciones Europeas, puede exigir que los recursos que se han destinado tengan un retorno exclusivo para que el famoso 0,7% se cumpla e incluso se supere; imponiendo un canon I+D en forma de porcentaje sobre beneficios a las nuevas patentes e invenciones que surjan por el uso del laboratorio. Está claro que previamente se debería realizar una iniciativa popular nuestro país para poder trasladarla a las instituciones europeas.
Si, digo exigir porque usted tiene el poder legítimo y se lo ha prestado por un periodo limitado a nuestros representantes parlamentarios y el Gobierno (“emana del pueblo”, como dice el Art.2.1 de nuestra Carta Magna). Por lo tanto, si hay algo que no le guste hágalo saber (acuérdese de nuevo de la Ley de Metcalfe).
Y por supuesto, si absolutamente nada le gusta o no le hacen caso ya sabe: cierre el grifo del que emana su poder y deje sedientos a nuestros representantes, quizá tal vez se den cuenta de algo; porque su preciado tesoro anhelado cada cierto tiempo requiere de la publicidad y sus sofisticadas técnicas para que se decida a abrir la espita de su poder y lo deje fluir en tal huerto y no en otro.
En este ámbito usted también es el rey; lo que ocurre es que en este caso probablemente se evidencie más la piel de trapo y sólo se acuerden de usted de vez en cuando.
Muchos de ustedes pensaran que una flor no hace un jardín, pero en esta sociedad tan interconectada nuestra actitud individual suma más que uno (recuerde la ley de Metcalfe).