Con lágrimas en los ojos

Madrugada del martes después del primer lunes de noviembre. El alba despunta anunciando un día diferente para todos. Un mar de deseos y esperanzas anhelan la presencia del ganador. En el extremo de la pasarela, un sobrio atril flanqueado perfectamente por unas mamparas transparentes conforman el atrezzo escénico que facilita al ganador utilizar su más poderosa herramienta: la palabra y el gesto.

De repente, aparece él y empieza la catarsis mesiánica de millones de espectadores y afortunados que tienen el privilegio de vivir en directo el momento.

Se le ve tranquilo, sonríe ampliamente cuando se abraza a su familia; luego, saluda elegantemente y sin estridencias a las miles de esperanzas allí presentes y al resto de millones de esperanzas que le observan por la pantalla.

Su familia se retira y allí se queda él. Solo ante el mundo entero con su más poderosa herramienta: la palabra; por que sin la palabra no hay ideas y sin ideas no hay futuro.

Empieza su alocución con semblante serio, de vez en cuando alguna sonrisa queda intercalada entre las pausas, sin estridencias y con elegancia.

La cámara de vez en cuando va tomando planos de las personas allí congregadas: una joven va asintiendo con la cabeza mientras las palabras resuenan en su interior. Un joven atiende petrificado a las palabras. Un plano de la comunión (común-unión) sigue atentamente y sin estridencias sus palabras.

Él sigue su alocución con su mejor herramienta: las ideas.

De repente, aparece mágicamente la imagen que sintetiza la catarsis: el Reverendo con lágrimas en los ojos. La imagen me toca de pleno y sin saber porqué mis ojos se inundan de lágrimas comprendiendo la imagen en toda su dimensión.

Ya han pasado dos días y rememoro la imagen simbólica; me la imagino aquí; en este país, pero en este caso la persona es de raza gitana, o magrebí. Mis ojos se llenan de lágrimas invisibles, no se ven porque aquí no es posible ver esa imagen ahora.